Nos llena de admiración ver en la prensa a las Damas de Blanco marchar por las calles de La Habana después de asistir a una misa en la Iglesia de Santa Rita, pero soñamos con ver el día en que una muchedumbre de cubanos se les una en esas marchas de dignidad. También nos descubrimos con respeto ante la valentía y el civismo de la disidencia interna, sin distinguir matices ideológicos de facciones o grupos. Para todos ellos se me llena el corazón de agradecimiento patrio, pero quisiera oír la noticia de que un día los vecinos de un disidente que sea hostigado por las turbas de las Unidades de Respuesta Rápida salgan a defenderlo con valentía y coraje y se enfrenten a esos desalmados.
También sentimos profunda gratitud cuando el ex-presidente Bush le otorgó la Medalla de la Libertad, que representa la más alta distinción de los Estados Unidos, a un civil, al valiente y abnegado disidente Oscar Elías Biscet, pero la idea de la resistencia pacífica pudo funcionar en la India de Mahatma Gandhi, porque en ese tiempo la India estaba gobernada por Inglaterra y las tropas coloniales británicas respondían a principios civilizados de ética cristiana y esos principios están ausentes en la mentes de los jerarcas castristas. Esos principios éticos que hicieron triunfar a Gandhi en Calcuta, no es posible que triunfen en La Habana.
La resistencia pacífica tiene sus innegables méritos de heroísmo y valor, pero desafortunadamente son inoperantes frente a un régimen apátrida y criminal cuyo único propósito es mantenerse en el poder por la fuerza a contrapelo de la voluntad de su pueblo y para obtener ese objetivo es capaz de llegar al genocidio. Esa cúpula maligna solo abandonará el poder cuando sea barrida por la furia justiciera de nuestro pueblo. Es hora ya de olvidarse del pacifismo paralizador e ir pensando como el Apóstol José Martí en “la lucha justa y necesaria”. El desmoronamiento de la Unión Soviética no fue el resultado de las heroicas acciones de Alexander Sajarov, ni los valientes escritos de Solzhenitsin, sino del escudo atómico de Ronald Reagan. Los comunistas solo retroceden ante la fuerza.
El oprobioso presente es mil veces peor que lo que fue el coloniaje español y aunque sabemos que carecemos de los medios y las alianzas necesarias para organizar esta lucha, no debemos olvidar que Martí comenzó el esfuerzo libertador con las pesetas recogidas de las mesas de trabajo de los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso. Lo que sí no podemos hacer es cruzarnos de brazos mientras la patria se cae a pedazos, mientras nuestro pueblo vive bajo la opresión y la miseria como siervos de la gleba, sin voz ni derecho bajo la fusta de una tiranía sanguinaria cuyo comandante en jefe ha cambiado de primer nombre pero sigue bajo el mismo apellido.
El régimen castrista en lugar de un gobierno es simplemente una organización criminal. Cuba durante estas seis décadas ha sido meramente una plaza tomada por la fuerza y dominada por el terror. Toda la hojarasca del falso ideario revolucionario no ha sido más que una cortina de humo para ocultar su verdadera entraña. Todas las leyes promulgadas por la dictadura, inclusive la propia constitución comunista de 1976, son ilegítimas y espurias. Toda la estructura del estado comunista: la Seguridad del Estado, los CDR, los tribunales revolucionarios, las unidades de respuesta rápidas y las fétidas ergástulas en que se pudren los presos políticos son las herramientas en que se basa la cúpula para mantenerse en el poder. En la Cuba libre que se avecina todo ese andamiaje debe ser barrido. Todos aquellos que han participado en los fusilamientos, los policías que participaron en las detenciones, los fiscales que presentaron las acusaciones, los testigos de la fiscalía, los jueces que dictaron las sentencias en las parodias de juicios, cuando se restablezca en Cuba la verdadera justicia deben ser encausados como criminales de guerra. A todos estos hay que agregar a aquellos que participaron en las ejecuciones extrajudiciales perpetradas por Raúl y el Che Guevara en la mal llamada revolución.
Esta ciclópea tarea de liberación tenemos que hacerla nosotros. Bienvenida sea la ayuda que nos venga de otros pueblos y gobiernos, pero solo a nosotros nos incumbe la lucha, pues decimos como José María Heredia: “Que si un pueblo su férrea cadena nos es capaz de romper con sus manos, bien le es fácil cambiar de tiranos, pero nunca ser libre podrá”. Y como dijera José Antonio Echeverría en su testamento político: “Que la justicia de nuestra causa nos brinde el favor de Dios”. Con esa fe vivimos y con esa misma fe esperamos ver el día en que igual que se derrumbó el Muro de Berlín, se derrumbe el corrupto y criminal andamiaje del comunismo castrista.
Miembro del Colegio Nacional de Periodistas de Cuba en el Exilio y de la Unión de Colaboradores de Prensa.