Raquel Liberman enfrentó a sus explotadores en los años 30. Hoy la Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo destaca a organizaciones que pelean por la mujer con un premio que lleva su nombre. Este año lo ganó la Fundación MicroJusticia Argentina.
Ruchla Laja Liberman tenía 22 años cuando subió a aquel barco que la sacaría del espanto de la Varsovia de entreguerras. Cargaba con sus dos bebés: Moishele y Shíkele. Su esposo los esperaba en Tapalqué. Como tantos, se había adelantado para preparar las bases de esa nueva vida en América. Pero la tuberculosis lo mató, y Ruchla fue vendida por sus cuñados a una red de trata que la explotó durante años en distintos burdeles porteños.
Avergonzada, se inventó una vida de costurera abnegada para que sus hijos entendieran su ausencia. Los cuñados habían quedado a cargo de su cuidado. Fueron años de mentiras y silencios hasta que Raquel pudo hablar: denunció a la poderosa organización que la explotaba, la Zwi Migdal. Gracias a su testimonio, un juez procesó a más de cien proxenetas.
Duraron poco en la cárcel. Sus vínculos con la Policía y el poder político los liberó. Raquel murió a los 34 años. La mató un cáncer en su garganta.
Le decían “la polaca”, como a todas las mujeres que traían de Europa para ser prostituídas. Era la época en que se hablaba de “trata de blancas”, para distinguirla de la trata de esclavos negros.
La Zwi Migdal fue un negocio enorme y poderoso, que llegó a manejar más de 2000 prostíbulos en todo el país, donde explotaron a unas 30.000 mujeres que reclutaban en los barcos o ni bien llegaban a estas tierras soñando otra vida. Fueron mujeres golpeadas, violadas, prostituidas, separadas de sus familias. Muy pocas podían hablar, casi ninguna denunciar.